3 feb 2011

Acerca de Invasión (1969), de Hugo Santiago

Irala (Martín Adjemián), el poeta cobarde,
intuye la inminente destrucción de su cultura
Copio y traduzco —sin rigor, es cierto, con irresponsable libertadalgunas opiniones europeas, francesas, interesantes, acerca de Invasión (1969), primer largo de Hugo Santiago:


Aquilea es una ciudad estropeada, sin niños, casi sin mujeres, sin grandes avenidas ni plazas, donde los autos se internan entre muros o terrenos imprecisos, sin horizonte. En su etapa crepuscular, Aquilea está sufriendo una invasión. (Reggiani diría que la invaden los lobos). Y, sin embargo, no es una ciudad sitiada que se defienda, que proclame su lucha, señale al adversario y se aferre a la esencia de lo defendido. Aquilea padece una erosión comparable al efecto del mar en un castillo de arena. 
Un grupo de hombres que han dejado de ser jóvenes, comerciantes y vecinos notables, confluyen alrededor de un viejo retraído, que sólo dialoga con su gato, un animal tan inmóvil como un búho. Esos hombres no son el ejército de una ciudad inerme, que haya renunciado a defenderse. Esos hombres se reúnen en el corazón de su ciudad, conspiran, se preparan, se inmolan y se oponen a un enemigo que, a semejanza de un ejército de ratas gordas, está infiltrándose por todas partes. No hablan, ni siquiera llegan a formar un grupo, no los une un porvenir común. A esos hombres los liga una correspondencia secreta entre sus recuerdos y sus hábitos.  
Para entregarse a la muerte, hay razones que esos hombres solo podrían señalar con pudor. Si bien no abriga esperanzas, el combate permite morir bajo la luz del coraje discreto. Cada muerte parece escogida, y no es una destrucción; cada muerte parece el simple término de una vida pasada. Uno por uno, esos hombres desparecen. Los borra la violencia, se los traga.
La angustia se fortalece conforme avanza el filme; esa angustia creciente se lleva de encuentro todo lo que ha quedado de esos hombres y sus primeras interrelaciones. A la melodía la reemplaza el ruido, y la muerte separa al grupo en una serie de destinos personales. Tal vez sea la historia de la pequeña burguesía de Buenos Aires, una clase social que se diluye en la noche y pierde el uso de la palabra, que ya no representa sino modas caducas y muros sucios. La muerte es apagada, inexorable. ¿Por qué muere esa burguesía? ¿Por qué desearía vivir? Ha perdido toda razón de ser. Su insignificancia histórica destruye incluso la comunicación entre sus individuos.
Es una película fría, tal vez se deba a que Hugo Santiago trabajó con Bresson. Al silencio lo quiebran pasos, ruedas que frenan de improviso, disparos. Ese frío y ese silencio corresponden a una sociedad ya muerta antes de ser destruida.
Al espectador no se le pide identificarse con los personajes, ni siquiera se le muestra un atisbo de las razones que subyacen en las vidas de esos hombres: no aparecen el riesgo de las ideas, el calor de los sentimientos ni la lucidez del sexo. Igual, el espectador siente que lo gana la duda, percibe la erosión y el vacío, hasta que la angustia se torna insoportable. Entonces, el filme se completa, y la palabra “FIN” se escribe en la pantalla. Sin embargo, nuevas imágenes aparecen. Hombres más jóvenes se arman para el otro, el mismo combate.
Gestada en Buenos Aires, la película se ubica en los antípodas del comentario histórico, del cual sería menester descifrar alusiones. Al ver Invasión, adiós gélido a un momento del pasado de una ciudad, he pensado en las sociedades derruidas de Europa, casi muertas antes de su liquidación, verbigracia, la abandonada París de 1940, donde los hombres solitarios se mataban a sí mismos antes del ingreso de los nazis.
El tema de esta película es el tiempo cuando ha dejado de ser la Historia.
Alain Touraine, julio de 1969


Aquilea es una democracia latinoamericana reconocible: es frágil, no es muy antigua, y su ejército aguarda la hora del retorno triunfal, y sus guerrilleros amenazan con una destrucción y refundación “objetivas”, acaso totales. La Argentina es un buen ejemplo del tipo de democracia que describe Aquilea.
Serge Daney, Libération, mayo de 1986


Junto a la inquietud política, se encuentra la angustia existencial. Las formas invasoras son las formas de la muerte; la lectura de un bello poema al son de una guitarra sugiere esa interpretación. La vida y la resistencia continúan, pero a cargo de otros, destinadas a otros.
Jean-Louis Bory, Le Nouvel Observateur, 1971


Una dinámica profundamente poética abre las dimensiones metafísicas, discernibles tanto en la cosmovisión del autor cuanto en las estructuras formales de la obra. Es una visión poética: Hugo Santiago incita a que el espectador traspase las apariencias e intente aprehender la esencia de los seres y de las cosas más allá de la superficie de lo real.
Michel Estève, Études, marzo de 1971

1 comentario:

Hugo Santiago dijo...

Te equivocaste en la foto. Ese no es Irala, el cobarde. Irala es el que se inmola en el asalto a los invasores. El bigotón que tú das como Irala lo único que hace -y lo mejor- es cantar la milonga de Borges.

Saludos