10 ene 2011

Reminiscencias (2010), de Juan Daniel Fernández ¡Ah, si uno pudiera pensar con la solidez de las imágenes!


Un fotograma numérico de Reminiscencias (2011),
de Juan Daniel Fernández
Si he visto un tráiler carente de interés, evito la película de referencia. A mi juicio, solo modelos muy embalsamados permiten que una sinopsis de un minuto nos sugiera una historia de una hora y media. Antes del producto en sí, en una función comercial, se proyectan varias de las películas que “nadie dejaría de ver en el futuro”. La frecuencia de un ejercicio narrativo tan insípido bastaría para cierta alarma crítica.

Aunque su tráiler me había parecido soso, fui espectador del estreno en Lima del corte definitivo de Reminiscencias, de Juan Daniel Fernández. Un motivo: el 1 de diciembre de 2010, a las 19:45 hrs., yo no tenía obligaciones excluyentes. Además, El Galpón es un espacio cultural joven, no muy lejos de la casa donde vivo. Por si fuera poco, el buen Mario Castro Cobos me había recomendado la experiencia con estas o parecidas palabras: "La obra del Nuevo Cine Peruano que más me gusta". En el peor de los casos, se me ocurrió, yo soltaría una que otra carcajada.

La película de Juan Daniel Fernández organiza el caos de una vida aún joven, grabada en sus más insignificantes detalles, acaso en su más significativa realidad. El punto de partida es un hecho obvio: que la gente registra lo cotidiano sin detenerse en la nitidez del encuadre (¿existe la honestidad absoluta?) La textura inmediata y negligente del vídeo comunica una sensación de realidad que, tal vez, en la historia de las imágenes en movimiento, no conozca parangón. Y, si una idea fuerza de la teoría fue la impresión de realidad en el cine, entonces podemos hablar de... ¿cine puro? El porqué del fenómeno es ideológico o conceptual antes que técnico: aceptamos que la fábrica de esas imágenes ha sido estrictamente aleatoria.

Por supuesto, ya se ha organizado material de archivo, a la manera de Noche y niebla (1955), de Alain Resnais, o de Morir en Madrid (1963), de Frédéric Rossif. Por supuesto, la estética del descuido en vídeo ya ha sido advertida (y, más aún, sospecho, ya se le pueden reprochar manierismos, disfuerzos y complacencias de estilo). Por supuesto, Harmony Korine ya ha incorporado cámaras indiscretas a sus ficciones. Por supuesto, Jonathan Caouette ya ha organizado los diarios audiovisuales de su propia adolescencia perturbada, cuando fingía ser el actor patético y genial que nunca llegó a ser (y, en algún momento, desde los sueños rotos e incumplidos, Caouette empieza a registrar su vida para despedirse de los traumas). 

 

En Reminiscencias, entonces, ¿alguna originalidad?  

Si, me interesa que imágenes de archivo nada espectaculares se imbriquen en una suerte de ficción descentrada, metatextual. Juan Daniel Fernández no ha querido "fingir" no estar grabando una puesta en escena; todo lo contrario, su insumo es la impresión de realidad en bruto. 
* * *

Juan Daniel es un bebé, luego es un niño, y sus familiares lo graban en VHS. ¿Por qué el digital está operando una revolución estética, mientras que, a grandes rasgos, el VHS anduvo confinado a las fiestas infantiles, las bodas y el patio de la casa? Acaso haya existido una minoritaria y necesariamente inconexa producción en VHS de grandes valores artísticos; acaso las joyas del VHS se nos descubran en el futuro mediato, gracias a un par de afortunados downloads.

Luego de Reminiscencias, se me ocurre una respuesta: más que trastornar la imagen la vena experimental gusta de trastornar la imagen—, el VHS torna difícilmente inteligible el sonido. Les pregunté a otros espectadores, quienes me aseguraron también haberse valido de los subtítulos en inglés para seguir la narración. Gracias a los subtítulos, Reminiscencias se hace un camino por la distorsión del audio con tanta libertad y plasticidad como fluye por la distorsión de la imagen.

De bebé, a Juan Daniel lo registra la cámara de unos familiares que, entendemos, no se interesaron nunca por la composición ni por la luz. Si bien yo no alcancé a distinguir cabalmente quién era la madre, el padre o los abuelos del conejillo de indias, sí tuve la impresión de que los familiares directos iban cediendo el paso o diluyéndose.

De adolescente, Juan Daniel graba, simplemente graba, tal vez con esquirlas de interés formal. Desaparece del cuadro. Asiste a fiestas. Se interrelaciona con el sexo opuesto. Vive un Día de los Enamorados medio cínico. No deja de grabar. Reminiscencias es la crónica detallada de una vocación. A no dudarlo, Juan Daniel Fernández no recuerda muchas de las experiencias que yo le he visto sufrir al bebé o al niño Juan Daniel. Estamos viendo las imágenes a las que ha ido a parar esa vocación.

Luego, el protagonista comienza a seleccionar "desde el origen" lo que yo estoy viendo. Con análogo desinterés por la prolijidad del encuadre (en absoluto sinónimo de menospreciar la calidad del encuadre), Juan Daniel sale a cotejar los paisajes de sus viajes de infancia. Entonces, el material previo hace un salto cualitativo de veras alucinante.

Me explico: cuando Juan Daniel revisita la sierra o la selva del Perú, las imágenes en VHS de su niñez, que nosotros hemos tomado por la realidad más real, esas imágenes dañadas, hongueadas y caóticas se transforman en la memoria del personaje-narrador. La traslación de los registros es veloz, y las texturas se entrecruzan: las imágenes llevan en sí mismas las coordenadas tecnológicas de su época (una suerte de ADN). En buena cuenta, las tecnologías determinan las estéticas.

De pronto, en el tramo final, irrumpen las corrupciones del soporte físico, y el celuloide nos lleva a una época anterior a la existencia misma de ese protagonista-narrador del que hemos alimentado nuestras percepciones. Esas manchas y estallidos de luz tienen que ser anteriores a la existencia misma de ese personaje-narrador. En celuloide, son imágenes de otra memoria, más vieja. El pasado siempre dispone de una tecnología inferior. 

Ya las Histoire(s) du cinéma (1988-1998), de Jean-Luc Godard, le habían abierto las puertas al "inferior" vídeo para que interviniese el "sacro" celuloide con una libertad y ritmo nuevos. (Me gustan las ideas de Godard en ese ciclo de obras y me complace insistir en que el cine ha sido un arte del  XIX; pero discrepo de la idea de que, en un formato narrativo-clásico-sentimental-hollywoodense, se haya capturado la flor de Coleridge).

Me gustaría conocer otras películas que, como Reminiscencias, mezclasen tres tecnologías de captación de imágenes: del VHS al digital, y luego al celuloide, y luego al digital, y luego...

Cumplido el estreno, el director-editor-diseñador de sonido-protagonista de Reminiscencias respondió por sus influencias. Juan Daniel Fernández también mencionó los programas televisivos de cámara indiscreta y los shows de vídeos hechos en casa. Ese filón de la industria del entretenimiento no es nuevo, pero se me antoja que, ahora, se confunde con el futuro. ¡La gente está grabando sus vidas y exhibiéndolas en la red!

A continuación, propongo ejemplos de esa nueva forma de documento audiovisual.

1.- He aquí un clásico del YouTube por supuesto, los pequeños son grandes estrellas de los registros caseros: se llama Charlie me mordió otra vez el dedo (22 de mayo de 2007). El bebé calvo parece muy consciente de su actuación: intenta morder a su hermano, falla, espera otra oportunidad, consuma su deseo y lo celebra con una demorada sonrisa; luego, intenta reincidir:


2.- Este se llama David a la salida del dentista (mayo de 2008) por supuesto, ya circulan versiones alternativas, burlas y homenajes—: registra a un niño que, bajo el efecto de potentes drogas lícitas, se plantea las preguntas más importantes: 


3.- Este lo acabo de descubrir por supuesto, no lo busqué, ni siquiera sé cómo llegó a : se llama 10 años de vida en un minuto y medio (12 de junio de 2010). A mi juicio, supera a Brakhage. Lo descargué de MSN.


Toda esa gama de expresiones no digamos artísticas, sino humanas despiertan reparos, graves reparos: se nos advierte que el regodeo en la banalidad no tiene cabida en las alturas del arte; se nos advierte de la estupidez. Temores de esa índole conservadora se me antojan muy bien expresados en el siguiente párrafo, extraído de un artículo de Mario Vargas Llosa, de 1997: 



"La más inesperada y truculenta consecuencia de la evolución del arte moderno y la miríada de experimentos que lo nutren es que ya no existe criterio objetivo alguno que permita calificar o descalificar una obra de arte, ni situarla dentro de una jerarquía (...) En la actualidad todo puede ser arte y nada lo es, según el soberano capricho de los espectadores, elevados, en razón del naufragio de todos los patrones estéticos, al nivel de árbitros y jueces que antaño solo detentaban ciertos críticos".
En el caso de Reminiscencias, ese temor no viene a cuento: Juan Daniel Fernández sí estructura una tensión narrativa; el problema es que sus imágenes se intersecan a una velocidad mayor de la media y que su montaje puede torcer las relaciones espaciales y semánticas repetidas veces al interior de un mismo plano (ventajas del software). El vídeo es otra forma de cine: la rapidez, no la irreflexión, acaso le resulte inherente (o, por lo menos, le quede siempre a la mano). Conviene matizar que Reminiscencias también utiliza planos dilatados, verbigracia, la entrevista con ese campesino que se aproxima a cumplir cien años.

* * *

En el corte final que vi en El Galpón sé que, meses atrás, circuló algún work in progress—, no rige la anécdota de ese tráiler que me había desanimado, a saber, que un joven ve imágenes caseras con avidez para recuperar su memoria. Felizmente, Reminiscencias es más compleja y sutil.

En algún momento de la proyección, desaparece un niño del que no hemos llegado a saber mucho: ¿qué pensaba? ¿Cuáles eran sus motivaciones para grabar ficciones inverosímiles? Y, ante todo, ¿cuál era su noción de verosimilitud? ¿Por qué actuó en el corto de terror homicida La mancha negra? ¿Ya sabía de Stanley Kubrick cuando grabó un corto de ciencia ficción en stop motion? Ya Freud anotó que, para todo hombre, la infancia era una prehistoria; extraña prehistoria, la de hoy, con documentos fidedignos... Tengan cuidado: los padres del presente y del futuro pueden registrar nuestra primera vez en todo. Si un adulto, hoy, no conservase los momentos cumbre del desarrollo de sus vástagos, se arriesgaría al calificativo de "insensible".

El espectador promedio reclama saber más de los acontecimientos y de los personajes conforme se desarrolla un filme. En Reminiscencias, ese reclamo sería improcedente. Nunca llegamos a saber más. A lo sumo, ganamos en lucidez: aceptamos que el contexto de las imágenes domésticas solo existe para sus destinatarios directos (una familia que no es la mía); aceptamos que no vamos a entender del todo.

En verdad, existe un tipo de registro audiovisual que proscribe al espectador. De ahí el encanto de los vídeos sexuales de Pamela Anderson, Paris Hilton o Jennifer López; de ahí el gancho de las "denuncias" en contra de las prostivedetes; de ahí el interés alucinante que reviste la obra del primer documentalista de la nación, Vladimiro Montesinos Torres: se suponía que no habría nadie más allí donde ahora cabemos todos, los espectadores del presente, los espectadores del futuro y, a veces, también, ¿por qué no?, los espectadores de la Historia.

Juan Daniel, el personaje principal de Reminiscencias, no llega a perfilarse nunca como un verdadero personaje. El filme transmite la sensación de una mente que lucha por ordenarse a sí misma. Ese proceso incluye un pasaje que, a riesgo de cometer una digresión muy extensa, voy a destacar. Me refiero a la charla con un hombre de campo en Quillabamba, Cusco. 

Para la industria (o taller) cultural del Perú, la violencia terrorista ha devenido un filón importante. Sin duda, el salvajismo político les atañe a las élites intelectuales en cualquier sociedad convaleciente, desangrada. Por eso, los fracasos estéticos y las sospechas de explotación mercantil son doblemente cargantes...

Pues bien, en esa charla con un hombre de campo de Quillabamba, me parece hallar un testimonio simple y veraz de los años de violencia política en el Perú. Ese anónimo campesino (era un campesino, ¿no?) le narra a Juan Daniel la rutina del terror, y su voz y sus gestos transmiten la relativa tranquilidad de que esa rutina ya es el pasado. Deduzco que a los autores de Tarata (2009) les interesa más la tragedia vistosa, con escalas en la suspensión de la incredulidad y en el carisma de Gisela Valcárcel... ¿Los productos culturales satisfacen una necesidad social que justifique la promoción del Estado? ¿La respuesta es afirmativa? Entonces, NO son necesarios productos culturales que nos recuerden que los años del senderismo, del aprismo y del tupacamarismo fueron horribles. Para lo obvio, están los medios de comunicación de masas. Para la reflexión artística independiente, deberían funcionar instituciones públicas que la salvaguardasen del poder político de turno y del pragmatismo criminal del mercado. (En esta cláusula, nótese la proximidad ya utópica entre los adjetivos "independiente..." y "públicas...") A ver, una película sobre la Matanza de Bagua, ¿habría recibido el apoyo de CONACINE? ¿Lo recibirá en el futuro? ¿La apoyarán los exhibidores? A diez años de la caída del Fujimorato, consecuencia directa de un vladidocumento (y ni siquiera el que más plata requirió), no tenemos mucho más que Ojos que no ven (2003), de Francisco Lombardi, así como, de los años de violencia política, no tenemos mucho más que La boca del lobo (1988), de Francisco Lombardi, cinta que, por cierto, recibió en su momento el aplauso de la crítica local pues trasplantaba a nuestras coordenadas... ¡las estructuras narrativas del western!

Yo vi que un pequeño alumno se sentía incómodo en el extranjero, en un idioma ignoto; yo entendí que la familia de Juan Daniel había migrado a causa de la violencia política y que, luego, Juan Daniel, ya adulto..., pero el propio Juan Daniel Fernández me aclaró que esa lectura no se ajustaba a la realidad de los hechos, tampoco a la realidad de las imágenes.

Mi falsa lectura no fue un error gravísimo ni vergonzoso: Reminiscencias es una estructura abierta, que cada espectador tiene el derecho y la obligación de ordenar (vamos, "la obligación..." si desea no aburrirse). Ante una estructura porosa y descentrada, nadie es tan ingenuo de apostar por "una" interpretación, ni siquiera por "su" interpretación personal. A escala planetaria, se me ocurre que la industria televisiva de noticias no sobreviviría a una crítica semejante. Un noticiero es típico, estupidizante, complaciente y repudiable cine de género.

* * *

A decir de su propio autor, Reminiscencias es experimental, una veta que, hasta donde sé, carece de activa promoción por parte de las instituciones públicas del Perú. ¿Negligencia? ¿Miopía? ¿Incapacidad? En virtud de su ambición, de su carácter minoritario y de sus costos flexibles -a veces, como en Reminiscencias, el presupuesto de una obra experimental se calcula en el tiempo y la terquedad del autor-, obras de esta índole son las que mayor protección deberían recibir por parte del Estado.

Pero, bah, ¿quién espera que el Estado...?

Yo puedo atestiguar que, el 1 de diciembre de 2010, a las 19:45 hrs., en El Galpón, en Pueblo Libre, se estrenó Reminiscencias, de Juan Daniel Fernández, sin un solo representante de la cultura oficial del Perú.

A la crítica y, en general, a la inteligencia de su país, Juan Daniel Fernández les ha hecho un estupendo regalo. Creo que, años más tarde, será interesante volver a Reminiscencias a fin de comprobar su pérdida de originalidad, lamentar su degradación o celebrar su enriquecimiento. Tal vez entonces me parezca menos inconsistente que, en el último segmento, irrumpa una prestigiosísima melodía de Bach.

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Posdata.- Mi gran amigo Mario Castro Cobos y yo le propusimos a Juan Daniel Fernández una conversa. Él aceptó. A la hora señalada, en el lugar señalado, Juan Daniel Fernández se apareció con una cámara diminuta. 


Reminiscencias - Juan Daniel Fernández from CZB on Vimeo.

Posdata del 18 de enero de 2012.- Desde el puerto italiano de Civitavecchia, cumplo con decirle al hipotético lecto-espectador de este vídeo que Juan Daniel Fernández no ha intervenido en su edición ni publicación. Es justísimo afirmar que este registro no representa en absoluto el discurso ni la sensibilidad del autor de "Reminiscencias"; no es imposible que, incluso, lo calumnie. Del aberrante resultado, yo soy el único responsable (CZB).

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