26 may 2017

Origen (2015), de Carlos Zevallos BuenoÁlbum de música artesanal limeño-independiente no académico-contemporánea; edición física

Me gusta escribir fragmentos y olvidarlos, porque, más tarde —con el concurso no solo del tiempo, sino también del desorden y la negligencia—, si se produce un reencuentro espontáneo, también hay una iluminación pequeñita, algo así como una raquítica epifanía.


Al momento de presentar Origen, me topo con una nota que, hace ya años, escribí sobre papel manteca "La Danesa"; utilicé tinta china, escaneé esa nota, la guardé y la olvidé; por algún motivo inconfesable, anoche hallé un archivo sin nombre en uno de los recovecos de mi computadora personal; lo abrí, ajusté la magnitud de la pantalla, lo leí, me odié, me perdoné y, de inmediato, me asaltó el argumento de un relato de aventuras. 

Este argumento: 

Un pescador de mediana edad, náufrago rescatado, vuelve a casa, decide ser sedentario, se sicoanaliza, se alcoholiza, se esposa con una mujer mayor, de mamas endurecidas, pero aún fértil; es padre, enviuda, envejece; sus hijos mueren sin dejarle nietos o deudas; el sujeto en cuestión se queda solo y se da cuenta de que jamás ha amado de verdad, pero, al menos, se felicita por una vida sin sorpresas, hasta que, una mañana, una tarde o una noche, en el umbral de su bohío, encuentra un paquete de correo: "Qué extraño", se dice y lo recoge; abre la reja de la puerta principal, saluda al vacío y le da de comer a un gato que, de tan viejo y sucio, ha perdido la astucia; el sujeto en cuestión, un expescador de avanzada edad a estas alturas, se sienta junto a la chimenea, le esparce un par de chorritos de querosene al fuego, abre el paquete y lee el mensaje que, varios años atrás, se envió a sí mismo dentro de una botella arrojada al mar; ansiosamente, recoge los restos del sobre, y el paquete no tiene remitente, aunque sí una estampilla de colección.
Basta. 

Crear es controlar o canalizar las digresiones. Qué yuca para un verborreico. 

Tenía yo por completo olvidada esa nota, y qué chévere, me viene de perillas a fin de arrancar un texto que ya está en marcha.

Y dice así:
"...yo tenía 14 años, el cine y la literatura ya eran indispensables hábitos felices, pero los maestros del colegio no enseñaban nada, qué pérdida de tiempo, y los compañeros insultaban a sus propias madres, qué prácticas tontas; así que hice un amigo que tocaba la guitarra rítmica, y comenzamos a tocar juntos, siempre que nos recuerdo estábamos tocando juntos; y cuando dejé el colegio y dejé de tocar con mi amigo del colegio, ya en la universidad, el cine y la literatura se convirtieron en frustraciones, es muy ridículo decirte artista, peor aún, sentirte artista y no decírselo a nadie, y no tener obra, ¿cómo posar siquiera ante uno mismo frente al espejo? Entonces, un amigo de la universidad insistió en que tocásemos juntos y me presentó a otro sujeto, y de nuevo hubo felicidad en hacer música con prójimos, mi segundo power trío; pero cuando la vida separó esa segunda banda (sí, señores: la vida, a ritmo de bolero), entonces me di cuenta de qué buena suerte había tenido porque había compartido dos veces la experiencia de crear música con prójimos, esfuerzos serios que habían durado años; y, cuando me propuse cerrar un álbum, supe que estaba solo, busqué un estudio por Ínternet y elegí aquel cuyo sonido me parecía el mejor; así conocí a El Gran Salvador y de frente le dije: "Mira, amigo mexicano, te veo en muy buena forma, pero yo no tengo experiencia, así que dímelo con toda sinceridad, ¿qué le falta a tu estudio que no se encuentre en Abbey Road?", y El Gran Salvador me explicó: "Sobre todo en el tiempo vas a invertir", y como yo tenía mil soles le dije que lo haríamos máximo en ocho o diez horas, sobrado, y nos quedamos siete meses, y recuerdo casi haber llorado mientras escuchaba la mezcla final, porque el trabajo, agotador, había abarcado siete meses llenos de problemas y limitaciones logísticas, y fue el dinero o, mejor dicho, fue la falta de dinero la razón auténtica del verdadero punto final..."

Increíble. 

Hace apenas cinco años, recién finalizada la grabación de mi primer disco, Origen, escribí ese borrador. En virtud de que la grabación había devenido un gran problema, ¡fue tan hermoso terminarla! Un alivio, enero de 2011... Ahora, mayo de 2015, no soy ni tan entusiasta ni tan sentimental con la música. Al mismo tiempo, cada vez me interesa más, no veo límites para expresar lo que sea. Empiezo a entender que mi ignorancia y mis incapacidades no son límites para expresarme, sino la esencia de lo que quiero expresar.  

Largo proceso escuchar las canciones, aprender a escucharme. Tu voz grabada está fuera, puedes verte a ti mismo: has generado un organismo independiente, has dado vida. 

A continuación, de una manera muy natural, volumen y forma. Escribí el borrador de un texto introductorio; se le puede leer tres párrafos arriba.

Luego, finalmente, tuve listo un texto introductorio.

Ya en 2013, una linda mañana de invierno, cuando el cielo de Lima no tenía color, y yo no entiendo por qué el cielo de Lima se suele asociar a la depresión, ¡el cielo verdadero está detrás, es azul, ya vendrá más tarde! Una mañana me disfracé de mí mismo y salí a caminar por Miraflores con la grata compañía de Cecile VR, fotógrafa, y Dirck Pajares, malabarista. Punto de partida, esta idea: "Saca a pasear a tus demonios para que sean tus mascotas". 

Unas cuantas buenas decenas de fotos, y el diseño tomó dos años muy interrumpidos, siempre de la mano del artista plástico Augusto Chávez de Bedoya, mi dilecta chochera.

Para el creador "emergente" o "invisible", el disco impreso ha devenido un objeto poco útil. Qué diferencia grande entre tener un dato y sentirlo de veras: solo mientras Augusto y yo pensábamos el objeto, me fui dando cuenta de que, de veras, no servía para nada. Al mismo tiempo, ¡qué bello moldear un pedazo! Una presentación que exigiese la sensibilidad tridimensional, otros sentidos, el placer de las manos, una invitación a guardar (anche a guardare). Creo que lo conseguimos con creces y me siento muy satisfecho. Luego, que cada individuo se forme una opinión, buena o mala, ya es una cortesía impagable, tiempo ajeno.

Origen me hizo sentir en carne viva la cultura como un acto de amor, la entrega de lo mejor que tiene uno: su creatividad. Una forma muy extraña de privacidad en códigos indescifrables, ordenados para nadie más que tú, pero también, al mismo tiempo, al alcance de quien te haga el favor de escucharte. Por ejemplo: en tan solo 42 minutos, el hipotético consumidor de mi disco podría asimilar mi largo acercamiento al arte de narrar con sonidos y palabras, arte que yo viví desde que hice un amigo que tocaba la guitarra acústica en aquel colegio que me odiaba y de espaldas a la gente de mi generación, que yo también odiaba. Ninguna característica excepcional le he atribuido a mi disco: si compatible con nuestra sensibilidad, el objeto estético no tiene pierde, actúa como una especie de acelerador de experiencias imaginadas. Lo más cercano que podemos estar al sentir ajeno, una prótesis: el arte. Espero que mi disco conecte contigo, porque está hecho para ti.

Hoy, en mi bello castillo de opereta, por fin, en una gaveta, trescientas copias impresas de Origen. Me gustaría que llegasen solo a manos especiales. Por ejemplo, las tuyas, que, lo sabemos, no son inocentes de haber hurgado un moco, apachurrado un chupo, asesinado un insecto. 

Qué extraño, debo detenerme: llueve horizontalmente a esta hora; tres minutos, y sale, otra vez, memorable, el sol. 

Por mi ventana —me complace comentarlo—, la tarde de otoño invernal de Lima está realmente muy agradable. Creo que me voy animando a salir a caminar un ratito, no seas malita, ven dime que sí. Total, a día de hoy —me complace comentarlo—, el Apocalipsis aún no ha sucedido, y mi cáncer aún no se ha manifestado.

La última frase 
del automensaje del pescador antaño naufragado 
reza: 

"Y en tu mundo será clara la oscuridad".



23 abr 2013

La revolución de la mano dadivosa (2009) Un artículo de Peter Sloterdijk


A mediados del año pasado, la Paulaner (Weißbier) se convirtió en mi cerveza favorita. No la encuentro en Lima. Tiene un sabor parecido a la chicha de jora.

Me interesa mucho la escritura del filósofo Peter Sloterdijk (Karlsruhe, 1947). Vía Wikipedia en alemán, me enteré de que, el 13 de junio de 2009, en la Frankfürter Allgemeine Zeitung (FAZ), había publicado un artículo polémico: “La revolución de la mano dadivosa”. Sloterdijk había recomendado la puesta en práctica de “impuestos voluntarios", que segaran la semilla de odio intrínseca en el fracaso del Estado de Bienestar europeo. No habría otra manera de salvar los valores de la democracia.
Le cayó con palo: lo acusaron de usar datos fantasiosos más que imprecisos, lo acusaron de ser ignorante en materia económica y de ser un defensor del statu quo de la explotación y la diferencia. Sloterdijk les respondió a sus críticos que no sabían reconocer la literatura cuando la tenían delante de los ojos. Él es un conservador liberal elegante.
Me interesan mucho la escritura y, también, la actuación pública de Sloterdijk —hasta el año pasado, coanfitrión de un programa de televisión—, porque su inevitable raíz alemana lo constriñe a desactivar radicalismos. Se ha pronunciado a favor de discutir la eugenesia.
La distopía esboza uno de los muchos futuros posibles, tendríamos que esperar el paso del tiempo para saber si el diagnóstico de Sloterdijk tuvo algo de eco en la realidad... Si lo tuviera, sería una catástrofe, el final de la cultura, el triunfo sin retorno de la razón cínica... Las "consecuencias posdemocráticas" de tal escenario son inimaginables. Creer que la historia se ha detenido o ha encajado en un marco teórico preciso es no haber entendido nada de la historia; con todo, el pensamiento debe moverse y actuar. 
Me parece que el artículo que ahora traslado no contaba aún con versión en español. (Ya no encuentro más en la red una versión en inglés; creo haber hojeado un libro respecto de este tema en italiano). Si tal fuese el caso, me gustaría estar aportando.

15 ago 2011

Sueño febril de un arqueólogo

Ël, antigo dios semítico, padre de Baal (el futuro Belcebú);
detalle del mango del cuchillo egipcio de Gebel-el-Arak,
tallado en colmillo de hipopótamo hace unos cinco mil años


En alguna parte de Mesopotamia, entre las  ruinas intactas de una hermosa biblioteca de tablillas de arcilla que se deshacen, frescamente, entre las yemas de mis dedos, alguien me revela la primera metáfora compleja, intencionada o literaria:

La noche es oscuridad pasajera: Baal, me  gustaría dominar la noche.

2 ago 2011

El ojo que ya no llora...

( pincharás la imagen y te sentirás amenazado )




... porque se mantiene      tenso
                              ATENto
a las oscilaciones
     de su   propia  pupila =>

30 jul 2011

Diálogo con Lucrecia Martel


Diálogo con Lucrecia Martel from CZB on Vimeo.

En agosto de 2010, Lucrecia Martel fue jurado del Festival de Lima. A mi amigo Luis Pacora, videorreportero del grupo 'El Trome', le dije: "Si la entrevistas, llévame, quisiera conversar con ella".

Mi interés por el cine de Martel nace, en buena medida, del interés que siento por los temas que a ella le interesan: burguesía, moral y representación; micropolítica; lectura atenta del género;  mirada fascinada de la experiencia religiosa como enemiga de otros misterios más urgentes, palmarios y cercanos; la sexualidad de la adolescencia como una amenaza sorda para un sistema que nadie percibe, que victimiza a todos y que tal vez no exista, etcétera.

A la hora de registrar este diálogo, lamento haber conocido solo su admirable ópera prima, La ciénaga (2001). Ahora ya he visto sus otros dos largometrajes.

De arranque, le mencioné mi enorme interés  por Invasión (1969), de Hugo Santiago, y Martel lamentó que esa obra hubiese quedado un tanto "aislada" en la historia fílmica de su país. Ahora creo que debí insistir en el punto: desde Aquilea, me parece, llegan  ese theremyn de La niña santa (2004) y, sobre todo, esos platillos voladores que, invisibles, de un momento a otro, acaso precipiten la diégesis en lo fantástico... El complejo aporte del músico concreto Edgardo Cantón al primer largometraje de Hugo Santiago se me antoja un buen antecedente para uno de los aspectos más notables de la producción de Martel: el uso del sonido. 

En otro instante —hablábamos de cinefilia, para mí una enfermedad, para ella nada grave—, Martel precisó que, en sus años formativos, la película que más había revisado era Pink Floyd The Wall (1982), de Alan Parker. De inmediato, yo le comenté que esa influencia no se le notaba; Martel asintió y siguió con otro tema. Ahora creo que debí insistir en el punto: su estilo es el gozo de la pulcritud, el cuidado extremo de la técnica, el pop en estado de gracia. ¡Qué buena noticia! ¡La pulcritud aún podía ser hermosa! Y no solo eso: también subversiva... Tan autónomo, artificial y cohesionado es el estilo de Martel que, sin problemas, se traga referentes muy diversos y los licua a una velocidad rarísima. Me fascina, por ejemplo, esa música tropical andina que, en sus películas, se escucha un tanto al margen del estancamiento mórbido de la pequeña burguesía provinciana, como si algo fermentase al margen de esa percepción dominante. También en la Lima de los ochenta, cuando yo era niño, a la música tropical andina se le percibía con asco, lejanía y extrañeza.

Me intriga y me intimida que una propuesta tan ágil como la de Martel ya no logre buena respuesta en la taquilla. ¿Es La mujer sin cabeza (2008) un reto excesivo para el espectador promedio contemporáneo? Todas las épocas son graves, y el pasado está condenado a transformarse en metáfora y ficción —por estos días, comparto aula con muchachos y muchachas de 17 y 16 años para quienes el 11 de setiembre de 2001 no es una fecha vívida—; y, sin embargo, la acción insensibilizadora de los medios masivos... bueno, digamos que ahora son más. La lucha se desplaza: Internet o muerte, cultura libre o Harry Potter.   

A propósito, leí la extensa discusión que, en su blog 'La lectura provisoria', el crítico argentino Quintín le dedicó a La mujer sin cabeza [1]. Uno de los argumentos axiales de esa discusión: cierto plano de un perro muerto.

A juicio de Quintín, ese plano de un perro muerto encauzaba el misterio y condicionaba la "ética" del desarrollo de la trama. O sea: si no es una película de Ed Wood, debemos suponer juego limpio —por ejemplo, si un actor muere, otro no lo remplazará con el fácil truco de ocultarse las facciones tras una capa—. En primer lugar, debo agradecerle a Quintín que haya subrayado el detalle, porque yo no me había dado cuenta de que era un perro; en lo principal, sin embargo, siento que el crítico argentino ha desbarrado: la intriga del filme es más sutil que un mero rompecabezas.

Si vemos desde el principio La mujer sin cabeza, iremos descubriendo la naturaleza y las consecuencias de un hecho súbito y traumático que la protagonista ha vivido en una carretera poco antes, ¡oh poesía!, de que rompa la lluvia. (Pero la naturaleza no entrega mensajes). La indefinición ontológica es un mecanismo formal: acaso estemos viendo una fantasía o una lenta película de terror, pero quizá todo no pase de ser un ejercicio realista de observación sicológica a la manera de A Woman Under the Influence (1974), de John Cassavetes.  

En efecto, cuando se nos presenta ese inquietante bulto inerte, torpemente amortajado sobre la mesa de una cocina, La mujer sin cabeza todavía no se ha definido “genéricamente”: acaso estemos viendo un compendio de alucinaciones, o la crónica de la tensión entre un mundo paralelo y el mundo real, pero quizá todo no pase de ser las percepciones objetivas de una insípida señora en una dimensión equis a la cual no sabe cómo se ha transportado... Al final, nada de eso importa, porque la burguesía continúa con sus ritos, y esos ritos son tan fuertes e inconscientes que los crímenes y los errores, aun recuperados, aun reconocidos, podrán olvidarse sin exceso de problemas: es el triunfo máximo de la ideología. El tiempo hará su trabajo, y la erosión de la memoria no cesará. Ahí la película se detiene.

Cuando he tenido la suerte de conversar con artistas e intelectuales de gran valía —muchos de ellos desconocidos, aun inéditos—, he notado su modestia; sospecho que es una proficua consecuencia del gran esfuerzo que demanda una obra y de la comprobación, un tanto melancólica, de que, al final, es indispensable la mirada del otro. Pero el arte es indiferente, y la historia nos enseña que muchos artistas de verdad han sido grandes patanes, áulicos, corruptos e, incluso, algo más triste: íntimas rupturas, negadores de la vida, suicidas. Mayor razón, entonces, para escuchar los buenos ejemplos. Luego de haber conversado con ella treinta y tres minutos en agosto de 2010, yo diría que Lucrecia Martel es uno de esos buenos ejemplos.



[1] Lamentablemente, ahora el enlace está roto; realmente, ¿alguna vez lo leí?

21 jun 2011

Carla Vallenas, actuación


A Carla la vi por primera vez en San Marcos, donde ella estudiaba
Historia del Arte.

 Nunca fuimos amigos.
Entonces, debemos de haber hablado tres o cuatro veces.

Años más tarde, me la encontré en la biblioteca del Goethe y, en un principio, no reconocí mi oportunidad.

Nos despedimos sin énfasis, sin mayor interés. 

Luego, recordé que ella había participado en una película de Francisco J. Lombardi. Y, bueno, recordé que yo necesitaba una actriz.

Por Google, supe que Carla se había dedicado a la danza y a la perfo, y llegué a un vídeo irredimible, La cabina from hell. "Acaso me sirva", debo de haber pensado, "nunca me cayó mal".

La llamé. Hablamos. Se interesó. Durante dos meses y medio, ensayamos los lunes y martes, en su casa, entre cuatro y cinco horas continuas. Nunca falló. Ni una sola de las sesiones falló.

Ahora, me parecería inconcebible haber realizado el corto sin ella.

Es diseñadora de modas: eligió su vestuario, me ayudó a elegir los colores para el mío. Yo no había pensado en la importancia de la ropa. Le debo el desarrollo de mis primeras intuiciones acerca del arte de la representación.

Es una de las personas más auténticas y extrañas que he conocido.

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Cucaracha (2011) - actuación from CZB on Vimeo.

Cucaracha - tráiler


Cucaracha (2011) - tráiler from CZB on Vimeo.


No hay nacimiento de ninguna de todas las cosas mortales
ni existe el fin de la muerte funesta,
sino que solamente hay mezcla y disolución de las cosas mezcladas,
y nacimiento es como lo llaman los hombres.

Εμπεδοκλής